El niño engendrado por estrellas.

En el lejano firmamento, dos astros se enamoran.
No eran vanidosos sino escépticos y críticos.
El era el lucero, ella, una estrella de tantas.

Una rosa, una rosa él le regalo.
Ella, no le conocía.
Era la que más brillaba de entre todas las galaxias.

Estrella hermosa, con seis puntas. Eran sus sentidos.
Su sombra morena, a él le enamoraba.
Ella, cada vez que lo veía sonreía irónicamente.

Su amor por ella, será eterno.
La muerte, para el no es dolor sino alivio.
En su encarnación el cree.

Eterna ella. Eterna muerte.
No es perfecta, pero el la aprecia.
¿Amor?  No.

El tiempo determinará el amor.
Su simple presencia a el le agrada.
¿Porque? Se pregunta el lucero.


Porque es frágil como su alma.
Su sombra morena, le enamora.
No le importa si su alma se personifica con la muerte.

El la adora.
La adora sólo a ella.
Enferma con cada imaginación suya.

Enferma tanto que piensa en la muerte.
No por ella sino por el entorno.
El la adora.

Pasan los momentos.
Ellos se enamoran.
A ella le gustaba.

Las galaxias le parecen pequeñeces,
pues su estrella es única en el cielo.
Ella le empieza a querer.

El hilo de la vida se empieza a construir.
Ahora es fuerte.
El la adora.

Sus cabezas se duermen en la noche serena.
Se duermen juntas, una con otra.
Concilian el sueño cogidos de la mano.
El paso del tiempo se nota en ellos
 pues están lánguidos.
Pero deciden engendran un ser.

Será precioso, estrellado. Muy brillante.
El lucero quiere siempre su presencia en el firmamento.
Pues quiere iluminar a las personas con su luz.

Ella, grita al lucero:
-Lucero mio, te extraño.
Se oye desde lejos.

Desde tan lejos, que parece un sueño.
Uno, de tantos que tiene el melancólico lucero.
Un sueño. Con este verso ahí me quedo.
En un sueño...




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